lunes, 14 de enero de 2013

¿ES NECESARIO RECONSTRUIR EL CONCEPTO DE SOBERANÍA EN EL MUNDO DE LA POSGUERRA FRÍA?



Por Jorge Burgos garcía
10-09-08


La caracterización del mundo de la posguerra fría es imprescindible, si se quiere comprender a cabalidad la intrincada red de relaciones que se teje actualmente entre los distintos actores del sistema internacional; sistema en el cual, El Estado sigue ocupando un lugar importante, a pesar del ascenso de poder que han tenido los otros actores y de las mutaciones –no siempre consensuadas- que vienen de manera “sigilosa” dándose en su estructura de funcionamiento. Justamente, estas mutaciones invitan a los analistas de la Ciencia Política a repensar seriamente los sagrados conceptos de Estado-nación y soberanía a fin de que en el mundo real (tan atestado de aberrantes contrastes entre teoría y práctica) los actores con mayor peso del sistema puedan afrontar sin demasiados traumatismos las implicaciones sociopolíticas y culturales que suscita el proceso de mundialización de la economía de mercado.

En este orden de ideas, el presente artículo, pretende ser un aporte al debate. En concreto, pienso que la necesaria reflexión académica alrededor de los Estados-naciones, a la luz de los acontecimientos actuales, debe tener como eje central,(1) un replanteamiento del concepto de Soberanía, toda vez que sin ello, muchos Estados seguirán a la deriva, sin lograr adaptarse al nuevo contexto histórico hacia el que tiende a moverse la humanidad entera.

En consecuencia, lo primero a tratar, es el hecho de que la readecuación de los Estados a esta nueva realidad pasa obligatoriamente por una reformulación del concepto de soberanía. Para entrar a dilucidar esta cuestión, tomo como referente una de las definiciones más precisas de Estado (entre las cientos que hay), ofrecida por el politólogo alemán Karl Dietrich Bracher quien expresa:

El Estado es un segmento geográ¬ficamente limitado de la sociedad hu¬mana unido por una co¬mún obe-diencia a un único soberano. El término puede hacer referencia tanto a una sociedad en su conjunto, co-mo, de modo más es¬pecífico, a la au¬toridad sobe¬rana que la controla *

Como puede observarse, el conjunto de instituciones políticas que constituyen un Estado está amarrado al concepto clásico de soberanía, que es en esencia, restrictivo, excluyente, puesto que por soberanía se entienden básicamente 2 cosas: Por una parte, se entiende como la territorialización de un Estado, avalada desde luego, por las autoridades internacionales competentes, y por otra parte, se entiende soberanía, como el privilegio y responsabilidad de ser la suprema autoridad dentro un territorio delimitado(2). Por ello, dicho concepto requiere reevaluarse, ya que el orden internacional, está “atravesado” por el creciente proceso de globalización, que vulnera asiduamente la autonomía de los Estados.

Antes de proponer una recomposición como tal del concepto, considero pertinente caracterizar brevemente los factores exógenos y endógenos que nos exigen, por decirlo de un modo, una reconceptualización de Soberanía.

Dentro de este contexto, los factores exógenos que quebrantan la soberanía estatal, son en primera instancia, los “procesos” de globalización que se dan simultáneamente: el financiero (referido en lo fundamental a los descomunales movimientos de capital que se dan en las bolsas de valores), el comercial (relacionado con el incremento tanto de los tratados de libre comercio a nivel interestatal, como a los beneficios obtenidos por parte de las empresas transnacionales) y el sociocultural (asociado a una posible pérdida de muchas identidades culturales ante la avasallante extensión de la sociedad de consumo por el mundo). A propósito del debate que se abre en torno a este último tópico mencionado, el escritor peruano Mario Vargas Llosa plantea una interesante postura:

“Aunque creo que el argumento cultural contra la globalización no es aceptable, conviene reconocer que, en el fondo de él yace una verdad incuestionable. El mundo en el que vamos a vivir en el siglo que comienza va a ser mucho menos pintoresco, impregnado de menos color local, que el que dejamos atrás...Éste es un proceso que experimentan, unos más rápido, otros más despacio, todos los países de la Tierra. Pero, no por obra de la globalización, sino de la modernización, de la que aquélla es efecto, no causa”. (3)

En segunda instancia, otro de los factores exógenos que lesiona el concepto clásico de soberanía, es el llamado Derecho de injerencia de la ONU (o derecho de asistencia humanitaria), cuya justificación estriba en la obligación que tiene Naciones Unidas de promover y garantizar la universalización de los derechos humanos, independiente del sistema político imperante en un Estado cualquiera. En la actualidad hay al menos 20 Estados en los cuales operan fuerzas de paz de la ONU (4).

Por último, el otro factor que ha transgredido de manera constante la soberanía de los Estados, es indudablemente el interés, o más bien, los intereses geopolíticos de la potencias en múltiples zonas del planeta: desde el convulsivo medio oriente, pasando por el dinámico Cáucaso hasta aterrizar en el canal de Panamá. Lo anterior, solo por citar unos cuantos ejemplos de un fenómeno pertinaz, que ha puesto desde siempre, en tela de juicio, la autonomía de los gobiernos.

En cuanto a factores endógenos, sobresale uno, pero con alto grado de complejidad, generador de continuas agitaciones que incluso en algunos casos, ha desembocado en una reconfiguración del mapa político del mundo: la inconformidad de parte de muchos grupos étnicos, que por razones ajenas a su voluntad y espíritu, están bajo la autoridad de Estados nacionales con los cuales no se sienten ni histórica ni culturalmente identificados. (un poco más adelante retomaré este crucial asunto)

En suma, existen manifiestas evidencias de que el concepto clásico de soberanía es obsoleto, inadecuado para que los Estados puedan desenvolverse con éxito en el contexto del sistema internacional contemporáneo caracterizado en lo esencial, por una extrema complejidad, que magistralmente describe el analista norteamericano James Rosenau en los siguientes términos:


Los asuntos mundiales están saturados de una profunda incertidumbre desde el fin de la Guerra Fría... Si hay enemigos que combatir, desafíos que enfrentar, peligros que evitar y respuestas que ejecutar no estamos nada seguros de cuáles son...
Los Estados están cambiando, pero no desapareciendo. La soberanía estatal está desgastada, pero todavía se ejerce vigorosamente. Los gobiernos son más débiles, pero todavía pueden hacer gala de su autoridad. Las poblaciones algunas veces son más exigentes, otras más dóciles. Las fronteras siguen impidiendo el paso de intrusos, pero son más porosas. Los paisajes geográficos están dando paso a paisajes étnicos, multimediáticos, tecnológicos y financieros, pero la territorialidad sigue siendo preocupación básica de mucha gente” (5)



Inobjetablemente, el contexto internacional está abarrotado de toda suerte de incertidumbres. Aún así, los Estados deben readaptarse, específicamente al retroceso relativo de su poder dentro del sistema -que es consecuencia del capital político que han acrecentado tanto los organismos internacionales y empresas transnacionales como las ONG y los medios masivos de comunicación-  y simultaneo a ello, a la radicalización de la lucha de algunas minorías étnicas (o pequeñas identidades nacionales) en pro de la consecución histórica de su propio espacio estatal.

A propósito de estos conflictos étnicos que se multiplican por el orbe, es necesario esclarecer que en términos generales, en el mundo subdesarrollado, llamado ahora SUR, el Estado ha sido el creador de identidad nacional, al menos ese planteamiento lo convalida la historia republicana de las naciones latinoamericanas. Infortunadamente su aplicación en los continentes africano y asiático luego de las sucesivas proclamas de independencia dadas en el decurso del siglo XX, no ha generado los resultados esperados (6).

Cito a continuación, algunos casos que corroboran lo dicho: Somalia, es hoy día, lo que los teóricos denominan un Estado fallido, que significa en otras palabras, que el gobierno central no ejerce funciones en la totalidad del territorio; es más, en la actualidad, tiene 2 extensas regiones que han proclamado de facto su independencia en el transcurso de los noventa, Somalilandia y Porland, en las cuales la estabilidad política no es tan endeble como en el resto del país. Un segundo caso, es Ruanda, cuya inestabilidad está ligada a Burundi, ya que básicamente son 2 grupos étnicos los que integran el territorio, los HUTUS y los TUTSIS (estos últimos representan apenas cerca del 20% total de la población en ambos países) y en ellos conflictos se suscriben a una sola cosa, al hecho de que no se permitió en el momento de su independencia, a comienzos de los sesenta, que se conformaran los 2 Estados, conforme a la filiación étnica de los pobladores...lo que se hizo al final, fue lo contrario; desde entonces el sectarismo, el segregacionismo y su subproducto, la guerra civil, han prevalecido, generando no menos 1.500.000 muertos en menos de medio siglo...

En Asia, las cosas parecen no diferir mucho, Palestinos e israelíes, desarrollan una forma “excepcional” de conflicto, en cuanto que los inmigrantes judíos, gracias a sus riquezas acumuladas, pudieron crear en medio de las vicisitudes de la guerra, un Estado moderno, altamente desarrollado y armamentista, que cuenta con el respaldo incondicional de los Estados Unidos. Apoyo, que le ha permitido entre otras cosas, incumplir las resoluciones emitidas por la ONU que contraríen sus intereses, y “mantener a raya” –aunque no derrotados- a los insurgentes palestinos, en un conflicto que parece no tener fin en razón del radicalismo que evidencian las 2 partes. Y hablando de conflictos excepcionales, la tragedia del pueblo kurdo encaja en esta denominación, con una población aproximada a los 30 millones repartida entre Turquía, Irak, Irán y Siria, no se les ha posibilitado la opción de que puedan tener su propio Estado. Y las sublevaciones de algunas facciones terroristas, en especial en territorio de Turquía, son duramente reprimidas por el gobierno turco, con la connivencia tácita de la comunidad internacional. Lo más vergonzoso de todo esto, y de otros casos, que no alcanzo a citar por razones de extensión, es que son problemas heredados del colonialismo europeo...

Descrito así a modo grosso el panorama general de sistema internacional actual, en el que, como bien decía Rosenau, está sobrecargado de incertidumbres, salta a la vista, el por qué la necesidad de reconstruir el concepto de soberanía. Al respecto, hay un aporte sumamente valioso, el del alemán Ulrich Beck, uno de los más elogiados estudiosos del fenómeno de la globalización. En una entrevista concedida a Julio Sevares, periodista del diario El clarín el año pasado, expresó:

“la globalización es un nuevo juego de poder mundial que implica redefinir las reglas del poder entre los Estados-nación, el capital y los movimientos de la sociedad civil... El Estado-nación hasta el momento sigue siendo el paradigma de la política, pero no tiene demasiado poder estratégico frente al capital móvil. La globalización ha desarrollado un nuevo grupo de actores: los movimientos de la sociedad civil, como Greenpeace, Amnesty International, etc”...(7)

Y en ese nuevo juego de poder, en el que a primera vista los Estados nacionales se ven seriamente afectados, pues, como ya dije anteriormente, los nuevos actores con los que inexorablemente interactúa han incrementado su cuota de poder. Ante esto, el intelectual alemán propone un audaz e inteligente planteamiento para que los Estados se reacomoden en el “ajedrez mundial”:


“El término apropiado para definir esto sería soberanía incluyente... 
la soberanía ya no puede definirse como autonomía, porque en condiciones de globalización e interconexión, muchos problemas ya no tienen soluciones nacionales, como los problemas de migración, medio ambiente, etc
Pero para darle fuerza a la nación hay que abrirse, el Estado-nación tiene que abrirse y ser incluyente para otros países. Por ejemplo, para afrontar problemas como el cambio climático o la situación del estado benefactor, cada Estado necesita cooperar con otros Estados...

ahora, como hablábamos al comienzo, vivimos en un mundo en el que las fronteras geográficas o territoriales, las fronteras económicas, culturales y políticas ya no coinciden. La gente vive en distintos países a la vez, diferentes identidades culturales al mismo tiempo. La globalización significa que el espacio del Estado-nación no es la unidad de la acción y el pensamiento económico, etc. De modo que necesitamos una perspectiva distinta”. (8)

A esa nueva perspectiva académica y cultural que posibilitaría el reacomodamiento de los Estados en la actual coyuntura, es lo que Beck gusta en llamar Cosmopolitismo y lo justifica de este modo:
necesitamos una forma de ver y de pensar, y por lo tanto de investigar, que incluya al otro, en cierta medida. Y el cosmopolitismo es, precisamente, el reconocimiento de la alteridad del otro (9)

Me adhiero abiertamente a la propuesta de Beck, en tanto que es supremamente interesante y lo más importante, constructiva, ya que invita a los estadistas del mundo a entender que, las implicaciones sociales y políticas del fenómeno de la globalización hay que asumirlas con una visión nueva de las cosas, y tal visión parte del concepto mismo de soberanía.

En el marco de esta redefinición de soberanía, no hay lugar para la exclusión. De hecho, no hay espacio por ejemplo, para que los Estados de manera unilateral decidan los tipos de controles a ejercer sobre las migraciones –pues es un fenómeno eminentemente transnacional-, no hay espacio para que las muestras de extremo nacionalismo proliferen en Occidente, pues la mutación del concepto de soberanía, tal como lo redefinió genialmente Beck, entrañaría a su vez, una revaluación del concepto de Estado-nación y de su derivado, la identidad nacional, puesto que, como bien precisa Vargas Llosa, en el artículo referenciado en párrafos anteriores:


El concepto de identidad, cuando no se emplea en una escala exclusivamente individual y aspira a representar a un conglomerado, es reductor y deshumanizador...
una de las grandes ventajas de la globalización, es que ella extiende de manera radical las posibilidades de que cada ciudadano de este planeta interconectado -la patria de todos- construya su propia identidad cultural, de acuerdo a sus preferencias... En este sentido, la globalización debe ser bienvenida porque amplía de manera notable el horizonte de la libertad individual...
En la gran mayoría de países del mundo el Estado-nación consistió en una forzada imposición de una cultura dominante sobre otras, más débiles o minoritarias, que fueron reprimidas y abolidas de la vida oficial...” (10)


Vistas así las cosas, en este principio del siglo XXI, al interior de ningún Estado se debe intentar imponer un excluyente criterio de identidad nacional o étnica, dado que iría en contracorriente de la tendencia mundial. Sin embargo, ello sigue ocurriendo en muchas partes, pues en medio de estas consideraciones académicas, no se puede obviar la realidad...persiste un problema de fondo: la existencia de una miríada de sociedades humanas que no se han modernizado del todo, (muchas no han iniciado siquiera el proceso) se mantienen unidos sus miembros por complejas relaciones étnicas y tribales y los más difícil de tratar, se resisten a asumir cualquier otro tipo de organización política más “evolucionada”, máxime si esta forma evolucionada es importada de Occidente.

En esto hay que recordar algo fundamental, el Estado-nación predominante en Occidente es “contenedor de sociedades modernas”. Y ocurre que cuando el esquema se implanta en regiones geográficas donde los grupos humanos conviven organizados bajo formas políticas menos evolucionadas, las vicisitudes de toda índole –incluso inimaginables en un principio- son inevitables...y eso es lamentablemente lo que acontece en buena parte de África y en ciertas zonas de Asia.

Así que a manera de conclusión, es válido reconocer que esta nueva interpretación del concepto de soberanía que se propone, puede allanar el camino para que los Estados que cobijan en su interior grupos étnicos con tendencias separatistas, propongan alternativas de solución viables a las dificultades de orden económico, sociopolítico y cultural que les aqueja a estas comunidades. Claro está, ello no será remotamente posible si la ONU, en conjunto –al menos- con las organizaciones de la sociedad civil interesadas en el mejoramiento de los índices de desarrollo humano a nivel global, no trabajan mancomunadamente. De no lograr acrecentarse estos incipientes esfuerzos interinstitucionales que se dan, el mundo continuará como va, segregado, entre sociedades que divisan en el horizonte, la constitución de Estados-continentes y sociedades cada vez más sumidas en la fragmentación, el subdesarrollo y peor aún, sumidas en el mar de las guerras tribales y/o interétnicas...a tal punto que, la actual tragedia de Darfur (Sudán) podría ser recordada como el principio del fin...si seguimos empeñados en ignorar el mensaje “decodificado” de la era de la globalización: pensar localmente para actuar globalmente... y viceversa.

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Montenegro Walter (2001) Introducción a las doctrinas político-económicas (p.18). México, Fondo de cultura económica.

1.
Dado que en este contexto de posguerra fría, los Estados oscilan contradictoriamente entre las fuerzas unificadoras y separatistas que caracterizan la compleja dinámica del actual sistema internacional.

2.
Recuérdese que en el caso de las Democracias, dicho honor en teoría, corresponde al pueblo, que ejerce esta potestad a través del gobernante designado directamente por votación popular -como ocurre en las repúblicas presidencialistas- o por los miembros del parlamento –como pasa en las repúblicas parlamentarias-.

3.
Tomado del artículo Culturas y globalización, que puede verse en www.jabtru.myblog.es

4.
Para una mayor ampliación del tema de las operaciones de paz consulte www.cinu.org.mx

5.
Tomado de la revista Nueva Sociedad Nro. 148 Marzo-Abril 1997, pp. 70-83. También puede verse en www.nuso.org/upload/articulos/2579_1.pdf

6.
Cabe recordar que la gran mayoría de los Estados africanos y asiáticos apenas llevan en promedio alrededor de 40-50 años de haber logrado su emancipación, a diferencia de las naciones latinoamericanas que llevan alrededor de 170 años de vida republicana. Sumado a eso, las condiciones político-económicas de comienzos del siglo XIX, eran mucho menos complejas que la coyuntura en medio de la cual se llevaron los procesos independentistas de los continentes africano y asiático. Siendo estos, un par de elementos que no puede obviarse si pretende comprenderse en toda su dimensión la intrincada situación que se presenta en múltiples Estados del Sur.

7.
Tomado del artículo “En la globalización necesitamos tener raíces y alas a la vez”, publicado en www.clarin.com/suplementos/zona/2007/11/11

8.
Ibidem

9.
Ibidem

10.
Tomado del artículo Culturas y globalización, que puede verse en www.jabtru.myblog.es

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