sábado, 6 de enero de 2024

Soberanía estatal, Globalización y Orden Internacional

Por Jorge Burgos García

23-12-23

*Master en Cooperación Internacional al Desarrollo y Especialista en Ciencia Política. Docente de Geopolítica, Relaciones Internacionales e Historia

La caracterización del periodo de la posguerra fría es imperativa en aras de comprender a cabalidad la intrincada red de relaciones que se urde entre los distintos actores del Orden Internacional. El Estado sigue detentando un lugar preponderante, pese a la consecución de sustanciales cuotas de poder por parte de Actores No estatales y de las mutaciones que de manera “sigilosa” operan en su estructura de funcionamiento. En efecto, se precisa repensar los sagrados conceptos de Estado-Nación y Soberanía, a fin de que los actores con mayor peso histórico del Orden Internacional, puedan afrontar sin demasiados traumatismos las implicaciones sociopolíticas y culturales que suscita el proceso de mundialización de la economía de mercado.

Nuestro análisis alrededor de la naturaleza de los Estados-naciones, nos  alinea con quienes convalidan la necesidad de reformular el concepto tradicional de Soberanía, a efecto de que pueda revertirse el clima de inestabilidad que arropa a multitud de Estados que navegan a la deriva, sin lograr adaptarse al entorno sofisticado y tecnológico  hacia el que se están movilizando las sociedades más avanzadas del mundo[1]. A tal efecto, partamos referenciando una de las definiciones más citadas de Estado, ofrecida por el politólogo alemán Karl Dietrich Bracher:

El Estado es un segmento geográ­ficamente limitado de la sociedad hu­mana unido por una co­mún obe­diencia a un único soberano. El término puede hacer referencia tanto a una sociedad en su conjunto, co­mo, de modo más es­pecífico, a la au­toridad sobe­rana que la controla[2]

Es palpable que, el conjunto de Instituciones que constituyen un Estado está encordonado al concepto clásico de soberanía, que, en su esencia, es restrictivo y excluyente, habida cuenta que por soberanía se entienden 2 cosas: por una parte, se entiende como la territorialización de un Estado, avalada por las autoridades internacionales competentes.  Por otra parte, se entiende, como el privilegio y responsabilidad de ser la suprema autoridad dentro un territorio delimitado[3]. Lo anterior, no armoniza a plenitud con el creciente proceso de globalización que permea todas las esferas del Orden Internacional, por ende, socava la autonomía atávica de los Estados. En relación a esto, es menester reseñar los factores exógenos y endógenos que en las últimas décadas han estado menoscabando la soberanía estatal a lo largo y ancho del planeta.

Los factores exógenos que quebrantan la soberanía estatal, son en primera instancia, las facetas de la Globalización que discurren en paralelo:  la faceta financiera, referida en lo fundamental a los descomunales movimientos de capital que fluctúan sin cesar en las bolsas de valores de todos los países. La faceta comercial, alusiva a los numerosos Tratados de Libre Comercio interestatales (TLC), erigidos sobre la piedra angular de remover y/o disminuir los aranceles. A lo que hay que agregar las ganancias cosechadas por las empresas transnacionales que son enviadas al exterior.  En tercer lugar, la faceta sociocultural, asociada a la paulatina pérdida de innumerables identidades culturales ante la avasallante extensión de la sociedad de consumo por el mundo. Alrededor del debate interminable en torno a este tópico, el ilustre escritor peruano Mario Vargas Llosa plantea lo siguiente:

“Aunque creo que el argumento cultural contra la globalización no es aceptable, conviene reconocer que, en el fondo de él yace una verdad incuestionable. El mundo en el que vamos a vivir en el siglo que comienza va a ser mucho menos pintoresco, impregnado de menos color local, que el que dejamos atrás...Éste es un proceso que experimentan, unos más rápido, otros más despacio, todos los países de la Tierra. Pero, no por obra de la globalización, sino de la modernización, de la que aquélla es efecto, no causa”. 3

En segunda instancia, otro de los factores exógenos que lesiona el concepto clásico de soberanía, es el llamado Derecho de injerencia de la ONU (o derecho de asistencia humanitaria), cuya justificación estriba en la obligación que tiene Naciones Unidas de promover y garantizar la universalización de los derechos humanos, independiente del sistema político imperante en un Estado cualquiera. En la actualidad hay  un estimado de 10 Estados en los cuales operan de manera oficial Fuerzas de Paz de la ONU4. 

Un tercer factor exógeno que ha transgredido de manera constante la soberanía de los Estados, son los intereses geopolíticos de las Potencias dominantes del Orden Internacional en distintas zonas del planeta: sea el convulso Medio Oriente, el desconocido Cáucaso sur (Georgia, Armenia y Azerbaiyán), la desgarrada Ucrania o las veleidosas democracias de México o Colombia. Un fenómeno pertinaz, que ha puesto desde siempre, en tela de juicio, la potestad de los gobiernos estatales.

En cuanto a los factores endógenos, sobresale, por ser generador de continuas agitaciones que incluso en algunos casos, ha desembocado en una reconfiguración del mapa político del mundo: la inconformidad de cuantiosos grupos étnicos, que, por razones ajenas a su voluntad, están sujetos a la autoridad de Estados nacionales con los cuales no se sienten ni histórica ni culturalmente identificados, como son los casos de Kosovo o Taiwán. Otro factor, no menos importante, es la presencia desafiante de organizaciones criminales en regiones aisladas o con mínima presencia estatal en multitud de países, que operan a sus anchas y se hallan emparentados con el crimen organizado transnacional, como los casos de Venezuela, Italia o los países que conforman El Triángulo Norte de Centroamérica.

En suma, las evidencias saltan a la vista,  el concepto clásico de soberanía es obsoleto, inadecuado para que los Estados puedan desenvolverse con éxito en el seno de un Orden Internacional signado por una extrema complejidad, que de modo magistral describe el analista norteamericano James Rosenau en los siguientes términos:

 Los asuntos mundiales están saturados de una profunda incertidumbre desde el fin de la Guerra Fría... Si hay enemigos que combatir, desafíos que enfrentar, peligros que evitar y respuestas que ejecutar no estamos nada seguros de cuáles son...

Los Estados están cambiando, pero no desapareciendo. La soberanía estatal está desgastada, pero todavía se ejerce vigorosamente. Los gobiernos son más débiles, pero todavía pueden hacer gala de su autoridad. Las poblaciones algunas veces son más exigentes, otras más dóciles. Las fronteras siguen impidiendo el paso de intrusos, pero son más porosas. Los paisajes geográficos están dando paso a paisajes étnicos, multimediáticos, tecnológicos y financieros, pero la territorialidad sigue siendo preocupación básica de mucha gente5

El escenario internacional está abarrotado de toda suerte de incertidumbres. Pese a ello, los Estados deben adaptarse estratégicamente al retroceso relativo de su poder dentro del sistema, lo cual, es una repercusión del capital político que han ido atesorando los Organismos Internacionales, las Empresas Transnacionales, las Organizaciones No Gubernamentales e incluso los medios masivos de comunicación. A todo ello, debe adicionarse la radicalización de la lucha de algunas minorías étnicas (o pequeñas identidades nacionales) en pro de la consecución histórica de su propio espacio estatal.

En relación a esta gama de conflictos étnicos que se multiplican por el orbe, debe precisarse que, a grandes rasgos, en el mundo en desarrollado -llamado ahora SUR- el Estado ha sido el creador de identidad nacional. Este postulado lo convalida la historia republicana de las naciones latinoamericanas. No obstante, la implantación de este paradigma político en los continentes africano y asiático tras las sucesivas proclamas de independencia concretadas en el decurso del siglo XX, no ha generado la estabilidad esperada.

Un factor a tener en cuenta para entender esta situación, es que un número considerable de los actuales Estados africanos y asiáticos apenas alcanzan unos 50-60 años de haber logrado su emancipación, a diferencia de las naciones latinoamericanas que han completado cerca de 200 años de vida republicana. Además, las condiciones políticas y económicas de comienzos del siglo XIX –en las que se concretó la gesta independentista- eran en cierto modo menos desafiantes que la coyuntura en medio de la cual se materializaron los procesos independentistas de las colonias de los 2 continentes citados. A lo que hay que sumar, los constantes golpes de estado y/o regímenes autoritarios que han prevalecido en estas regiones en la era republicana.

A manera de ilustración, contemplemos la situación de Somalia, tipificada hoy día como un Estado fallido (o de fragilidad extrema), lo que significa, que el gobierno central no ejerce funciones más que en una reducida porción del territorio. En el presente, abriga 2 extensas regiones que han proclamado de facto su independencia en el transcurso de los años noventa del siglo pasado, Somalilandia y Puntlandia, en las cuales la estabilidad política no es tan endeble como en el resto del país.

Un segundo caso, es Ruanda, cuya inestabilidad está ligada a Burundi, dado que son 2 grupos étnicos los que predominan en su geografía, los HUTUS y los TUTSIS (estos últimos representan apenas cerca del 20% total de la población en ambos países) y la causa-raíz de sus recurrentes conflictos se suscribía al hecho de que no se permitió en el momento de su independencia, a comienzos de los sesenta del siglo XX, que se conformaran 2 Estados, conforme a la filiación étnica de los pobladores. Lo que se efectuó, fue lo contrario. Desde entonces el sectarismo, el segregacionismo y su subproducto, la guerra civil, prevalecieron, ocasionando no menos 1.500.000 muertos en menos de 50 años y cuyo punto de máxima exacerbación, acaeció en 1994, en lo que pasó a ser conocido como El Genocidio de Ruanda (retratado en la película Hotel Ruanda)

En Asia, las cosas parecen no diferir mucho, En Israel, palestinos e israelíes, han engendrado una forma “excepcional” de conflicto, en cuanto que los inmigrantes judíos, gracias a su capital acumulado e influencia internacional, fundaron en 1948, pese a las vicisitudes de un intermitente conflicto, un Estado, que con el transcurrir del tiempo, ha alcanzado un alto índice de desarrollo y con acentuado carácter militarista, que cuenta con el respaldo incondicional de los Estados Unidos. Apoyo, que le ha facultado entre otras cosas, incumplir las resoluciones emitidas por la ONU que contraríen sus intereses, y “mantener a raya” –aunque no derrotados- a los insurgentes palestinos, en un conflicto que pareciera no tener fin, en razón del radicalismo que se palpa en las 2 partes.

Por otro lado, otro conflicto excepcional, es el que lía el pueblo kurdo. Con una población aproximada a los 40 millones, distribuida primordialmente entre Turquía, Irak, Irán y Siria, se les truncó la oportunidad de fundar su propio Estado en los años subsiguientes a la 1ª Guerra Mundial, cuando se reconfiguró el mapa, tras la disolución del imperio otomano. Las sublevaciones de algunas facciones tildadas de terroristas, en especial, en Turquía (donde habitan cerca del 55% de los kurdos) y Siria, son reprimidas con vigor por el gobierno turco, con la connivencia tácita de la comunidad internacional. Lo más ignominioso de este y de otros casos, es que suelen ser problemas heredados del colonialismo o intervencionismo occidental.

Esta descripción sucinta del Orden Internacional actual, justifica, cuando menos, la necesidad de repensar en torno a nuevas formas de ejercer la soberanía estatal. Sobre el particular, hay un aporte apreciable del experto alemán Ulrich Beck, uno de los más elogiados estudiosos del fenómeno de la globalización. En una entrevista concedida a Julio Sevares, periodista del diario El clarín en 2007, expresó:

“la globalización es un nuevo juego de poder mundial que implica redefinir las reglas del poder entre los Estados-nación, el capital y los movimientos de la sociedad civil... El Estado-nación hasta el momento sigue siendo el paradigma de la política, pero no tiene demasiado poder estratégico frente al capital móvil. La globalización ha desarrollado un nuevo grupo de actores: los movimientos de la sociedad civil, como Greenpeace, Amnesty International, etc”..7

En este nuevo juego de poder, en el que a primera vista los Estados nacionales se ven seriamente afectados, el intelectual alemán propone un audaz y lúcido planteamiento para que los Estados reacomoden sus piezas en el “ajedrez mundial”:

“El término apropiado para definir esto sería soberanía incluyente...
la soberanía ya no puede definirse como autonomía, porque en condiciones de globalización e interconexión, muchos problemas ya no tienen soluciones nacionales, como los problemas de migración, medio ambiente, etc. Pero para darle fuerza a la nación hay que abrirse, el Estado-nación tiene que abrirse y ser incluyente para otros países. Por ejemplo, para afrontar problemas como el cambio climático o la situación del estado benefactor, cada Estado necesita cooperar con otros Estados...

Ahora, como hablábamos al comienzo, vivimos en un mundo en el que las fronteras geográficas o territoriales, las fronteras económicas, culturales y políticas ya no coinciden. La gente vive en distintos países a la vez, diferentes identidades culturales al mismo tiempo. La globalización significa que el espacio del Estado-nación no es la unidad de la acción y el pensamiento económico, etc. De modo que necesitamos una perspectiva distinta”. 8

Esta nueva perspectiva académica y cultural que facilitaría el reacomodamiento de los Estados a la actual coyuntura, es la que Beck gusta en llamar Cosmopolitismo y lo sustenta de este modo: necesitamos una forma de ver y de pensar, y por lo tanto de investigar, que incluya al otro, en cierta medida. Y el cosmopolitismo es, precisamente, el reconocimiento de la alteridad del otro9

Nos adherimos a la propuesta de Beck, en tanto que es constructiva y humanizante, puesto que invita a los estadistas del mundo a entender que, las implicaciones sociales y políticas del fenómeno de la globalización hay que asumirlas con una visión nueva de las cosas, y tal visión parte del concepto mismo de soberanía.
En el marco de esta redefinición de soberanía, no hay lugar para la exclusión. De hecho, no habría espacio para que un Estado –cualquiera sea- de manera unilateral decida los tipos de controles a ejercer sobre las migraciones –un fenómeno eminentemente transnacional-.  No habría espacio para que las tendencias de extremo nacionalismo proliferen en Occidente ni en ningún lugar, pues la mutación del concepto de soberanía, tal como lo redefinió genialmente Beck, entrañaría a su vez, una revaluación del concepto de Estado-nación y de su derivado, la identidad nacional. Vargas Llosa, en el artículo referenciado en un párrafo anterior, lo explica de manera esclarecedora en estos términos:

El concepto de identidad, cuando no se emplea en una escala exclusivamente individual y aspira a representar a un conglomerado, es reductor y deshumanizador...

una de las grandes ventajas de la globalización, es que ella extiende de manera radical las posibilidades de que cada ciudadano de este planeta interconectado -la patria de todos- construya su propia identidad cultural, de acuerdo a sus preferencias... En este sentido, la globalización debe ser bienvenida porque amplía de manera notable el horizonte de la libertad individual...En la gran mayoría de países del mundo el Estado-nación consistió en una forzada imposición de una cultura dominante sobre otras, más débiles o minoritarias, que fueron reprimidas y abolidas de la vida oficial...”10


A esta altura del siglo XXI, al interior de ningún Estado se debiera intentar imponer un excluyente criterio de identidad nacional o étnica, dado que iría en contracorriente de la tendencia mundial. Sin embargo, sigue aconteciendo en decenas de países alrededor del mundo, por cuanto que no se puede obviar la realidad, persiste un problema de fondo: la existencia de una miríada de sociedades humanas que no se han modernizado del todo, se mantienen unidos sus miembros por complejas relaciones étnicas y/o tribales, que, en más de un caso, se resisten a asumir cualquier otro tipo de organización social más “evolucionada”, máxime si esta forma evolucionada es importada de Occidente.

 

 No debe soslayarse que el Estado-nación predominante en Occidente es una especie de “contenedor funcional en grupos humanos con mentalidades modernas”. Cuando el esquema se implanta en regiones geográficas donde los grupos humanos conviven organizados bajo formas políticas premodernas (muy arraigadas a sus tradiciones étnicas e históricas), las vicisitudes de toda índole –incluso inimaginables en un principio-  son inexorables, como las desoladoras guerras que siguen estropeando las posibilidades de estabilidad política de los Estados y arruinando los sueños de millones de seres humanos que se ven obligados a elegir entre padecer los embates de los conflictos armados o aventurarse a migrar fuera de sus fronteras nacionales.

A manera de conclusión, es válido reconocer que esta nueva interpretación del concepto de soberanía que se propone, puede allanar el camino para que los Estados que cobijan en su interior grupos étnicos con tendencias separatistas, propongan alternativas de solución viables a las dificultades de orden económico, sociopolítico y cultural que aqueja a estas comunidades. Desde luego, ello no será remotamente posible si la ONU, en conjunto –al menos- con las organizaciones de la sociedad civil interesadas en el mejoramiento de los índices de desarrollo humano a nivel global, no trabajan de forma mancomunada. De no lograr ampliar estos incipientes esfuerzos interinstitucionales, el mundo avanzará de modo ambivalente, desgarrado por la segregación y la intolerancia, entre sociedades que divisan en el horizonte, la constitución de Estados-continentes y en contraste, sociedades sumidas en la fragmentación, la miseria y más lamentable aún, sumergidas en el mar de las guerras tribales  y/o interétnicas...a tal punto que casos como los de Darfur entre 2007-2008 (Sudán) podrían ser recordados como el principio del fin, si seguimos empeñados en ignorar el mensaje “decodificado” de la era de la globalización: pensar localmente para actuar globalmente... y viceversa.


[1] Dado que, en este contexto de posguerra fría, los Estados oscilan contradictoriamente entre las fuerzas unificadoras y separatistas que reflejan la compleja dinámica del Orden Internacional.

[2] Disponible e Montenegro Walter (2001) Introducción a las doctrinas político-económicas (p.18). México, Fondo de cultura económica.

[3] Recuérdese que, en el caso de las Democracias, dicho honor en teoría, corresponde al pueblo, que ejerce esta potestad a través del gobernante designado directamente por votación popular   -como ocurre en las repúblicas presidencialistas- o por los miembros del parlamento –como pasa en las repúblicas parlamentarias

3 Tomado del artículo Culturas y globalización, que puede consultarse en https://red.pucp.edu.pe/ridei/libros/las-culturas-y-la-globalizacion/

4 Para una mayor ampliación del tema de las operaciones de paz que adelanta la ONU actualmente, consulte https://peacekeeping.un.org/es/where-we-operate

5 Tomado de la revista Nueva Sociedad Nro. 148 Marzo-Abril 1997, pp. 70-83. También puede verse en www.nuso.org/upload/articulos/2579_1.pdf

7 Tomado del artículo “En la globalización necesitamos tener raíces y alas a la vez”, publicado en www.clarin.com/suplementos/zona/2007/11/11

8 Ibidem

9 Ibidem

10 Tomado del artículo Culturas y globalización, que puede verse en  www.jabtru.myblog.es

 

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