Por Jorge Burgos García*
28-04-22
*Docente de Ciencias Sociales,
Relaciones Internacionales y Geopolítica. Magister en Cooperación internacional
al desarrollo y Especialista en Ciencia Política
Las Democracias en nuestra región por regla general, no terminan de afianzarse, por consiguiente, sus políticas de desarrollo han gravitado históricamente alrededor del vaivén de los precios de las materias primas. Acaeció recientemente, en el decurso de la 1ª década del siglo XXI, que fue testigo de un crecimiento económico sostenido en la mayor parte de América Latina jalonado por los altos precios de los Commodities y que posibilitó que millones de pobres saltaran a integrarse a la clase vulnerable (quienes ganan entre 4-10 dólares diarios) o la clase media (quienes ganan entre $6,85 y $14 por día)[2]. Sin embargo, a partir de 2013, con la disminución progresiva y general de los precios de las materias primas en los mercados internacionales, el número de personas tipificadas como pobres (que ganan menos de 4 dólares diarios) ha vuelto a incrementarse.
¿Por
qué no logran millones de ciudadanos de América Latina superar la denominada
“Trampa de la pobreza”? La respuesta reside en lo que Acemoglu y Robinson
demuestran con innumerables ejemplos del presente y del pasado en su magistral
obra Por
qué fracasan los países: De
hecho, es realmente difícil que los ciudadanos corrientes logren un verdadero
poder político y cambien la forma de funcionar de la sociedad. Sin embargo, es
posible y veremos cómo sucedió en Inglaterra,
Francia y Estados Unidos, también en Japón
y Botsuana. Fundamentalmente, es una
transformación política de este tipo lo que se necesita para que una sociedad
pase de pobre a rica.[3] La evidencia
empírica corrobora su tesis, mientras los Estados no tengan equilibrio político,
esto es, mientras el aparato institucional siga al servicio de las élites
nacionales y regionales, los derechos sociales sigan restringidos y la Polarización y el Personalismo sigan siendo la
pauta predominante en cada evento electoral no habrá mucho margen para
estimular el desarrollo económico, social y sostenible de estas naciones.
Una de las repercusiones de este desasosiego político que se produce en millones de ciudadanos –alentados por los debates radicales que se llevan a cabo en las influyentes redes sociales y hasta en medio de comunicación tradicionales- es el impulso que ha tomado el “voto indignado”. No obstante, este, en cierto modo, ha nutrido la polarización el personalismo, como ha sucedido en Brasil y Colombia en los últimos 20 años, donde Lula Da Silva y Álvaro Uribe han sabido astutamente canalizar la indignación ciudadana en favor de su causa y, por ende, determinado el destino de sus países en cada evento electoral celebrado en este tiempo.
Buena parte de esos ciudadanos desencantados y decepcionados del precario y cuestionable funcionamiento de sus sistemas democráticos son de clase media o vulnerable. En las sociedades modernas, es sabido que estar en la parte media de la pirámide social conlleva tener mayores expectativas de vida, por consiguiente, en cuanto sus condiciones económicas lo permitan descarta la educación y salud pública porque no le satisface la calidad del servicio.
Por otra parte, es de recordar lo heterogéneas que son, las clases media, vulnerable y pobre.Sobre los segmentos de estas clases que no tienen empleos y/o formación relacionadas con plataformas digitales y tecnologías de esta índole, recae el peso de ser un analfabeto digital, toda vez que la Globalización y la “cuarta revolución industrial” así lo exigen y quienes no estén a la altura, tarde o temprano pasarán a engrosar la lista de desempleados o de suscriptores de la economía informal. Al respecto, los Estados latinoamericanos en conjunto, apenas de manera marginal, están incidiendo para que la inmensa mayoría de sus ciudadanos adquieran las habilidades necesarias para afrontar estos nuevos retos del mercado laboral, pues, la inversión y actualización de los campos educativo y de innovación tecnológica es limitada.
Lo
descrito en las líneas precedentes, se ilustra en su versión más opaca y
desoladora en un país de la región: Venezuela. El “voto indignado” de los venezolanos, hastiados de la corrupción
rampante que encarnaban sus partidos tradicionales, les movilizó a confiar en
un outsider, el coronel Hugo Chávez.
Fiel a lo postulado por Acemoglu y
Robinson, los cambios políticos que generó su régimen, en vez de
estabilizar el Estado, produjeron con el paso de los años un caos –previsible,
por cierto- que devino en la catástrofe política, económica y social de la que
todos hemos sido testigos. Chávez representó la más cruda versión del Personalismo y la Polarización que
tantos estragos genera en las Democracias y que desacopla en materia económica
las expectativas de prosperidad de las clases medias, vulnerables y pobres.
Lo
que José Antonio Sanahuja, en su extraordinario artículo titula reconstrucción del contrato social[4] tomará bastante
tiempo en nuestras Democracias imperfectas y aún más, en la desencuadernada
Venezuela.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CORPORACIÓN
LATINOBARÓMETRO. Informe 2018. Santiago de Chile
REY,
R. (2016, 28 de septiembre) América Latina entre la década ganada y la década
desperdiciada. Sputniknews. Edición digital
ACEMOGLU,
D. et al. (2012) Por qué fracasan los países. New York. Deusto
SAHAJUNA,
J. América Latina: Malestar democrático y retos de la crisis de la
globalización. Panorama estratégico 2019. 206-247. Recuperado de https://www.ieee.es/Galerias/fichero/panoramas/PANORAMA_ESTRATEGICO_2019.pdf
[1] CORPORACIÓN LATINOBARÓMETRO. Informe 2018. Santiago de Chile, pp.
38-39
[2] Según los define el Grupo Banco Mundial. Puede consultarse en https://www.bancomundial.org/es/topic/poverty/lac-equity-lab1/poverty#:~:text=Estos%20se%20definen%20como%20aquellos,d%C3%ADa%20(PPA%20de%202017).
[3] ACEMOGLU, D. et al. (2012) Por qué fracasan los países. New York.
Deusto. Pág. 19
[4] Se recomienda leer el artículo de José Antonio Sanahuja América
Latina: Malestar democrático y retos de la crisis de la globalización.
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